Generalmente, se consideran víctimas del rock’n’roll a todos aquellos elementos que, llevando su fidelidad al género a sus últimas consecuencias, dejaron la piel en el intento de seguir sus más estereotipados principios vitales. Descerebrados como Vicious o Johynny Thunders, brutos geniales como Bonham o Keith Moon, ilustres iluminados como Brian Jones o Sid Barrett. Pero, ¿y todos aquellos tipos que sufrieron los efectos colaterales de la aparición del rock allá por la década de los cincuenta del siglo pasado?
Eddie Fisher fue uno de ellos. Pichabrava bajo un aspecto relamido e inocente, coleccionó lista de amantes y mujeres que provocaría envidia incluso al protagonista de Californication: Debbie Reynolds, Kim Novak, Marlene Dietrich, Ann – Margret y Angie Dickinson fueron algunas de sus grandes conquistas. Un récord que, unido a su capacidad para arrasar las listas de éxitos a base de una canción melódica tan pegadiza como inofensiva, emparentada con la facturada por Frankie Valli, le proporcionó un status de estrella indiscutible.
Lástima –para él- de la aparición de una música que bailaba alrededor del reloj y que lo apartó de forma brutal. Y de la decisión de Richard Burton de iniciar su tormentosa relación con Elizabeth Taylor justo cuando estaba casada con Fisher. Más dura será la caída.
Fisher murió la semana pasada. Desde aquí, nuestras condolencias a la Princesa Leia, su hija Carrie. Que la fuerza la acompañe, aunque seguro lo hará: si sobrevivió a las marchas con John Belushi que retrató Bob Woodward en el libro Como Una Moto, esta mujer es invencible.
No hay comentarios:
Publicar un comentario