DOGO, LOS MERCENARIOS Y EL ANSIA

No puedo evitarlo, demasiadas coincidencias. Primero fue Oriol Llopis, el crítico más crítico y atípico del periodismo rock español, decidido a romper un silencio demasiado largo para publicar en Ruta 66 un artículo que lo mostraba en su mejor forma: exprimiendo la sustancia de un cantante también crítico y atípico, el incombustible y perezoso Dogo, el rey del rock visceral sevillano. Dogo, el tipo que contaba con una de las mejores bandas engendradas en este país, unos Mercenarios que conservan intacta su pegada años después de su aparición, desaparición y continua promesa de regreso. Dogo, exceso personificado y locuaz conversador en franco mano a mano con Llopis.

Después me lo encontré de frente, inesperadamente, al salir de una mesa redonda en el Monkey Week. Yo intenté moderarla y él no asistió, por supuesto, pero la sobremesa fue larga, intensa y en ella volvimos a recordar los buenos viejos tiempos, esos en los que abrió veladas para Iggy Pop en los ochenta, días de lluvia en Sevilla, malas reputaciones y ansias mal disimuladas.

Hace pocas jornadas, gracias a un chivatazo de  mi dealer de vinilos favorito, Enric de Discos Revolver, completé de nuevo su corta pero brutal colección de discos, diezmada por sablazos, pisotones en fiestas y desapariciones sin resolver. Con Ansia sigo enganchado, escuchando como cantan a unos siete cortos años que son ya 23 desde que se publicó el álbum.

Si tienen sus discos, dense un homenaje y hagan temblar sus altavoces. Si no es así, búsquenlos, róbenlos como me los robaron a mí, descárguenselos de donde sea. Sientan su rock and roll caliente inyectarse en sus venas.