Las apariencias engañan. A Jonathan uno, a primera vista, le compadecería: maduro, no abandona una sonrisa entre alucinada y bobalicona, se empeña en hablar en castellano a todas horas pese a sus dificultades de expresión y, pese a ser un tipo relativamente conocido, duerme en pensiones y cena dientes de ajo crudos. Para rematar la jugada, te lo puedes encontrar junto a un semáforo, sin cruzar la calle, canturreando incoherencias sobre una mujer vampiresa. ¿Es un orate, un demente inofensivo con permiso médico?
A Jonathan se la traen al pairo las convenciones y la parafernalia que acostumbran a rodear a los conciertos de rock. Él va a la suya. Viaja en tren junto a Tommy, su inseparable batería, sin teléfono móvil ni manager. No contesta correos electrónicos, prefiere apuntar tu dirección postal en una enorme libreta de la que nunca se separa. Controla el sonido de su directo desde una pequeña mesa que él mismo manipula, y sale aullando de la sala si al técnico de turno se le ocurre probar el equipo reproduciendo un compacto. Su catering se reduce a los mencionados ajos y a un vaso. Vacio, que solo bebe agua del grifo, demostrando tener un estómago a prueba de bombas.
Jonathan es capaz de cualquier cosa. Incluso de sufrir un súbito ataque de pánico a volar, como la última vez que actuó en Barcelona: tras decidir por cuenta propia que quería tocar en la sala grande de Apolo….cuando tenía reservada la 2 (¿quién puede negarle el cambio si no deja de dar vueltas tocando la guitarra?), hubo que alterar el orden de actuaciones (el gran Pigmy, finalmente, fue cabeza de cartel), intentar localizar a sus seguidores (muchos) para comunicar que actuaría él primero y sacarlo, literalmente, del escenario para trasladarlo en coche a embarcar hacia Mallorca. Con el tiempo justo. Con Jonathan bajándose del escenario con la maleta en una mano y la guitarra en la otra, mezclado entre el público, camino del ferry.
Jonathan Richman regresa. Impredecible qué sucederá, aunque está garantizado que una noche con él y su rock primitivo y contagiosamente feliz no es algo para perderse. Será el hombre de los helados, un pequeño dinosaurio con crisis de identidad o un gondolero veneciano. A saber.
Entradas a la venta, escalas en Madrid (24 octubre, Casa de America) y Barcelona (25 octubre, Sala Apolo). En breve les hablo de su telonero, otro pájaro de cuidado.
Todo un personaje, desde luego. Atípico en este negocio. Saludos.
ResponderEliminarAhí estaremos, como la última vez!!! A ver si vuelve a meter el micro en la maleta para salir zumbando... Gran Jonathan!!!
ResponderEliminar